sábado, 13 de julio de 2013

Una hora con las gafas de Google



El desarrollador Víctor Sánchez, a la derecha, uno de los cuatro españoles que tiene unas Google Glass. / M.A.C

En la historia reciente de la tecnología hay fenómenos que, vulgarizando las ideas de Thomas Kuhn, suponen un cambio disruptivo. El IBM PC trajo la democratización de los ordenadores. La creación de la World Wide Web sacó internet de los laboratorios. La llegada del primer iPhone en 2007 inició la revolución de los móviles avanzados. No son sólo cacharros. Su aparición acarreó cambios económicos, sociales y hasta políticos. Ahora llegan las gafas de Google. Una hora probándolas puede parecer poco tiempo para incluirlas en esta categoría, pero sólo el tiempo dirá si son revolucionarias o un simple cacharro. Yo apuesto por lo primero.

En España sólo hay cuatro Google Glass y no las tienen los de Google. Están en manos de cuatro desarrolladores españoles que tieneN la misión de destriparlas e idear cosas que hacer con las gafas. Quedamos con uno de ellos en la planta 26 de la Torre Picasso de Madrid, sede en España de la empresa del buscador. Se trata de Víctor Sánchez, responsable de MashMeTV y uno de esos emprendedores que, para hacer realidad sus sueños, pasa más tiempo en Estados Unidos que en España.

Lo primero es manosear las gafas. Son realmente ligeras, casi frágiles. En realidad son más una montura que unas gafas. El único cristal que llevan es un prisma situado en la parte superior derecha en el que por un sofisticado sistema de espejos se refleja la imagen del proyector que lleva en el interior. Pero las imágenes se ven centradas y un poco por encima de nuestro campo de visión para no entorpecer la vista, como si tuvieras una pantalla proyectada en la frente. Dentro, está la batería, el procesador, el chip de memoria, el módulo WiFi o un montón de sensores y, por fuera, apenas se aprecia la conexión USB para cargarlas. Aún son un prototipo, pero se parecerán mucho a la versión final.

A los cinco minutos de llevarlas, olvidas que las tienes puestas. Siempre en estado latente, se activan con el Ok Glass que en unos meses será una de las frases que más se oigan. Entonces aparece ante los ojos el menú con todas sus funciones: tomar una fotografía, grabar vídeo, buscar en internet, enviar un mensaje o realizar una llamada, entre otras. Las órdenes las recibe por voz, aunque las gafas no oyen. Cuentan con un sistema para detectar las vibraciones de la laringe. De la misma forma, no necesitan auriculares, transmiten el sonido directamente a los huesos del oído. Algo suena dentro de mi cabeza y suena con una claridad que sorprende. También se pueden operar desde la patilla derecha que, como si fuera el pad de un portátil, recibe las órdenes de nuestro dedo. Como con cualquier nuevo interfaz, hace falta algo de práctica.

Google Glass recibe las órdenes en inglés, aunque para cuando salgan al mercado, a finales de este año o comienzos del que viene, ya funcionarán en castellano. Durante la hora de prueba, Victor Sánchez monitorizó todo lo que hacía con las gafas desde su móvil. Lo que yo veía, aparecía en su pantalla. Enseguida uno piensa que desbancarán a los móviles. Pero Sánchez opina lo contrario. “Serán su mejor compañero”, dice. Aunque todo lo que ahora se hace con un smartphone se podrá hacer con las Glass, funcionan mejor juntos. De hecho, el teléfono es el que da acceso a internet a las gafas, al menos hasta que en Google ideen la forma de conectarlas directamente. Lo que sí pueden conseguir las gafas es que apenas saquemos el móvil del bolsillo.


Las gafas de Google atienden a comandos de voz o a toques en la patilla. / M. A. C.

Hay quienes dicen que las Google Glass no hacen nada nuevo. Pero lo importante aquí no es el qué sino el cómo. Es el primer gran paso hacia la wearable technology o tecnología que llevas puesta. No usas un aparato, lo conviertes en una prolongación de tí mismo. Esto lleva a un cambio en el punto de vista, de usar el móvil o ir al ordenador para… a hacer las cosas en primera persona. Un buen ejemplo es su navegador. Parece un Google Maps cualquiera, pero las gafas te ponen en el centro. Sólo navegué por las oficinas de Google pero no me desorienté como cuando uso el móvil. Ya hay estudios que afirman que, en 2018, se venderán 21 millones de Glass.

Y tampoco es cierto que no permitan hacer cosas nuevas. La gente de Víctor Sánchez está trabajando con dos aplicaciones para las gafas que han gustado mucho en Google. Con una, puedes tirar a la basura el manual de montaje de los muebles de Ikea. En su prisma aparecen, paso a paso, todas las piezas para convertir lo que parece un rompecabezas en un mueble. Todo lo que pueda oler a montaje, bricolaje o experimentos podrá ser asistido por las gafas. Otra de sus apps permitirá a los cocinillas hacer sus platos sin tener que ojear a cada instante la receta. Como decía en una charla TED el cofundador de Google y gran impulsor de las Glass, Sergey Brin, por fin podremos liberar nuestras manos.

Nada impide pensar que las Google Glass, para las que ya hay unos 10.000 desarrolladores estrujándose el cerebro, provoquen una explosión de nuevas aplicaciones y usos como hiciera el primer iPhone. De las 500 apps que había en la tienda iTunes en 2008 se ha pasado a 850.000. Muchas son simple morralla, pero otras han tenido un impacto más allá de la tecnología. Sin los smartphones es probable que nadie pensara en crear WhatsApp, por ejemplo.

Ya fuera de la Torre Picasso, veo marcharse a Víctor Sánchez con las gafas puestas, viendo el mundo casi a través de ellas. Eso me hace recordar el asunto de su impacto en nuestra privacidad. Mucho se ha escrito de la amenaza que suponen. Incluso las agencias de protección de datos europeas han pedido a Google que les informe sobre sus implicaciones. He escrito más de una decena de veces aquí y en otros medios sobre la mala relación que tiene Google con el derecho a la privacidad. Su negocio a veces choca con nuestra intimidad. Pero esta vez no seré yo el que señale a Google. También las cámaras fotografían y graban y nadie ha acusado de nada a sus fabricantes. ¿Qué las gafas de Google pueden ser intrusivas? Pues claro que lo serán, pero a quién habrá que culpar es al que las lleve no al que las fabrica.

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