viernes, 30 de diciembre de 2016

Pasado en limpio: la obsesión por lo retro y afectados de nostalgia

Mientras la tecnología avanza, la cultura de masas parece cada vez más obsesionada con discursos, autos, estéticas y diseños de otras épocas. Lo que esconde esta pasión “vintage” es la comodidad del culto a la nostalgia, el conservadurismo y el riesgo de rechazar lo nuevo.

El 2016 fue otro año en el que la cultura de masas se vio atravesada por su propio pasado. Mientras la tecnología se dirige hacia el futuro a una velocidad vertiginosa, sin medir las consecuencias de cada avance, la industria del ocio y el entretenimiento apela cada vez más a estéticas retrospectivas para seducir a sus potenciales consumidores. Esa tensión entre avance y retroceso puede graficarse con Pokémon Go, una de las aplicaciones más populares y fugaces de este año: mientras su ingeniería estuvo basada en la realidad aumentada, una tecnología moderna que modifica la percepción de nuestro entorno, su concepto apela a la memoria emotiva de los millenials, ya que la franquicia Pokémon surgió a mediados de la década de 1990.
La nostalgia es uno de los grandes sentimientos que moldea el gusto popular de estos tiempos. La serie Stranger Things propuso un pastiche de películas y aventuras propias de la década de 1980, repleta de guiños a E.T, a Los Goonies y a las novelas de Stephen King, además de replicar el estilo de viejos afiches al momento de la promoción. Su nivel de audiencia ratificó que esa mirada al pasado funciona y parece hecha a la medida de los espectadores: Netflix, la productora por detrás de la serie, tiene la posibilidad de observar el comportamiento de su audiencia, todos sus intereses y conductas, y a partir de esa información moldear un producto ideal para los gustos de sus usuarios.
El regreso del vinilo como formato de audio o la afición de la juventud por las cámaras de fotos analógicas también expresan una tendencia curiosa: la nostalgia adquirida o simulada, porque el leitmotiv de esta época no siempre implica una evocación, sino experimentar una forma de consumo más pausada en tiempos hiperveloces. Es evidente que los adolescentes no fueron contemporáneos al surgimiento de estos formatos, sencillamente sienten atracción por estéticas pasadas a las que resignifican, dotan de un nuevo valor aquello que hasta hace poco formaba parte de un mundo pretérito.
Aquí también entra en juego el concepto de lo vintage aplicado al diseño industrial o a la moda: muebles restaurados para decorar livings u oficinas, ferias de ropa con indumentaria antigua pero en perfecto estado, viejos instrumentos musicales usados para emular una etapa concreta de la música popular, todo parece tener lugar en el pastiche del siglo 21.
Grandes y chicos
A su manera, la cultura retrospectiva plantea una forma de diálogo intergeneracional. Nintendo pareció entenderlo bien cuando el mes pasado lanzó la Nintendo Classic Mini, una réplica más pequeña de la Nintendo Entertainment System (NES), su exitosa consola de los ‘80, que disfrutaron aquellos que ya pasaron la franja de los 30 años y hoy tienen hijos con edad suficiente como para disfrutar de los videojuegos. A diferencia de esa primera versión, ya no se necesitan cartuchos porque este nuevo modelo trae los videojuegos incorporados. Pero son los mismos: clásicos como Donkey KongSuper Mario Bros o Legend of Zelda en sus primeras versiones, pura diversión retro para grandes y chicos.
Las efemérides, por otra parte, son otro de los grandes motores de estos revisionismos. Cualquier aniversario es bueno para traer el pasado al presente, desde blockbusters que regresan a los cines hasta las cajas compilatorias de nombres emblemáticos del rock o el pop, todos con modificaciones mínimas, como una mejora en la imagen o una remasterización. En la vidriera de un local de música es habitual encontrar una novedad discográfica al lado de una nueva reedición de Pink Floyd o del flamante Nobel de Literatura Bob Dylan.
Hay un caso reciente bastante particular a partir de estas excusas redondas. Con motivo del 60° aniversario que su modelo XKSS cumplirá el año próximo, la empresa Jaguar construyó nueve automóviles exactamente iguales a los que fueron fabricados en 1957. ¿Por qué únicamente nueve? Porque originalmente fueron 25 unidades, pero un incendio en la fábrica donde estaban alojados destruyó a nueve de estos autos. De esa manera, la efeméride sirve de pretexto para volver a fabricar estos vehículos de lujo, más de medio siglo después, con los moldes, herramientas y chasis originales, más allá de algunas ligeras mejoras en cuanto a la seguridad. Puede parecer un ejemplo extravagante, pero también es sintomático: retomar lo inconcluso, traerlo de vuelta a un presente posible, así lleve décadas. Las nueve unidades se vendieron en tiempo récord, a más de un millón de euros cada una, y serán entregadas en los primeros días del 2017.
Stranger Things, uno de los fenómenos del año.
Stranger Things, uno de los fenómenos del año.
Volver atrás
A diferencia de otras épocas en las que el futuro representaba una obsesión traducida en objetos, música o películas, hoy el diseño de vanguardia quedó relegado a un mercado relativamente pequeño. La posibilidad de acceder al pasado a través de una pantalla ha generado una ola revisionista que parece no tener fin. Sitios como YouTube o plataformas como Spotify nos permiten acceder en segundos a aquello que antes sólo tenía lugar en nuestra memoria. Gracias a ese archivo digital de dimensiones monstruosas podemos volver atrás constantemente y eso alimenta nuestro apetito por el pasado.
Uno de los efectos colaterales del culto a la nostalgia es el conservadurismo. El pasado es una zona de confort en la que se encuentran todas aquellas cosas que ya sabemos que nos gustan, y esa comodidad fomenta un rechazo a lo nuevo. Si a eso le sumamos una oferta abrumadora de novedades, con cada vez menos tiempo para procesar cada lanzamiento, hay un porcentaje muy grande que termina convertido en desechos. Los clásicos son un consumo seguro, ya han sido legitimados, y eso promueve, en muchos casos, una falta de interés por los avances. De allí al menosprecio por el presente hay pocos pasos, y esa mirada despectiva a lo verdaderamente contemporáneo tiende a desconfiar de lo nuevo simplemente porque nunca va a estar a la altura de las expectativas, las cuales hemos moldeado con un criterio basado en experiencias del pasado.
Algunos teóricos de la cultura ya han advertido sobre los peligros de este espíritu de inmovilidad que parece impregnar cada vez más espacios. El culto al pasado, en palabras del crítico español Noel Ceballos, encierra una mirada nostálgica y, por ende, reaccionaria, porque establece que todo tiempo pasado fue mejor y eso frena el progreso, aun cuando se perciba caótico. En su exhaustivo y provocador ensayo Retromanía, el inglés Simon Reynolds da cuenta de una paradoja: en la era analógica, la vida cotidiana transcurría lentamente pero con la sensación de que la cultura siempre iba hacia adelante. "En el presente digital, la vida diaria está hecha de hiper-aceleración y casi instantaneidad –escribe Reyolds– pero a nivel macro-cultural las cosas se sienten estáticas y estancadas. Tenemos una paradójica combinación de velocidad y parálisis".
Otra de las preocupaciones del crítico británico en su investigación es plantear qué ocurrirá cuando ya no quede pasado por revisitar. "¿La retromanía llegó para quedarse o un buen día la dejaremos atrás y descubriremos que no ha sido otra cosa que una etapa histórica?", se preguntaba en su libro, publicado originalmente en 2011. Cinco años después, la respuesta parece estar más cerca de la primera hipótesis que arroja su pregunta.
Esto es particularmente palpable en la música popular, porque la nostalgia es uno de sus grandes ganchos emocionales: una canción sirve, entre otras cosas, para recordar momentos. Y ese sentimiento de melancolía está llegando a todos los públicos. Spotify suele armar listas para sus usuarios, tanto de novedades como de éxitos viejos. Los grandes clásicos de los ‘70, ‘80 o ‘90 están allí reunidos, pero también los del año 2000 en adelante. Ya hay listas "nostálgicas" del siglo 21, lo cual es llamativo, porque muchas de las grandes estrellas de los últimos años, como Adele, The Strokes, Amy Winehouse o The White Stripes ya homenajeaban músicas de otras épocas (como el soul o el garage rock).
Con excepción de algunos géneros como el hip hop o ciertas variantes de la música electrónica, los nombres más importantes de la industria en este siglo tributan estéticas pasadas. Es una especie de nostalgia al cuadrado: la que ellos celebraban y la que celebran sus seguidores a partir de ellos mismos. No es descabellado preguntarse qué ocurrirá cuando el collage retrospectivo muerda su propia cola.
Ilustración de Javier Candellero.
Ilustración de Javier Candellero.
Pantallas retro
La cultura audiovisual no es ajena en absoluto a este fenómeno. Además de la mencionada Stranger Things, dos de los estrenos cinematográficos más esperados para 2017 son secuelas de clásicos de la pantalla grande: Trainspotting 2 y Blade Runner 2049. Eso sin mencionar remakes o complementos de sagas de probada eficacia en la taquilla.
El revisionismo también aplica para la crítica cultural. En su libro The time of my life, editado este año en español por el sello español Blackie Books, la periodista Hadley Freeman reivindica el cine de la década de 1980 desde una óptica humanística antes que nostálgica. La autora establece que filmes como Dirty DancingCazafantasmas o Cuando Harry conoció a Sally rescatan una serie de valores y ofrecen lecciones "que no se encuentran en las películas de hoy en día", como la amistad, el amor o la relación entre padres e hijos.
Freeman ideó su ensayo luego del éxito de la película Juno (2007, Jason Reitman) y su forma de tratar el aborto. Eso la llevó a ver nuevamente Dirty Dancing, estrenada en 1987. "La primera vez que la vi no me di cuenta de lo que le ocurría al personaje de Penny, que tiene un aborto. Estaba tan excitada por no perderme nada de los bailes, Patrick Swayze y lo ‘dirty’ de la película que obvié esa parte. Años después, revisándola, me di cuenta de que Dirty Dancing y otras películas de los ‘80 tratan el tema de una forma natural, no lo convierten en un drama o el argumento principal de la película”, declaró la escritora en una entrevista a El Mundo. Eso la hace creer que el cine industrial actual tiene una mirada más conservadora sobre temas polémicos.
La ola revisionista existe desde antes del arribo doméstico de Internet, pero es indudable que la banda ancha, primero, y los smartphones, después, han sido las herramientas que más han promovido esta manía por la cultura del pasado. Cualquiera con una conexión a la web puede bucear en la Historia y encontrarse con su propio pasado en forma de indumentaria, canciones, juguetes, videoclips, consolas recreativas o programas de televisión que solía ver los domingos por la mañana.
También es posible explorar el pasado de sus seres cercanos o de sus antepasados cada vez con mayor detalle, porque la web crece y con ella su archivo. La velocidad de navegación es cada vez mayor y los dispositivos mejoran sus prestaciones para ofrecer experiencias más completas y placenteras. Toda la tecnología del momento puesta al servicio de nuestro propio capricho nostálgico: allí donde haya un recuerdo habrá alguien dispuesto a traerlo de vuelta.

0 comentarios :

Publicar un comentario